Gratuidad y calidad en educación: una ecuación pendiente por resolver

Estoy de acuerdo, al igual que muchos chilenos, que exista educación superior gratuita en el país. Invertir (no gastar) en educación es una de las mejores decisiones que un país como el nuestro puede tener para ampliar las oportunidades de quienes nacimos y vivimos en esta tierra.

Usted y yo sabemos que nada es gratis y que el costo de entregar educación superior tiene que financiarse de alguna parte. Y sabemos que irremediablemente será de nuestros bolsillos. Directa o indirectamente nuestros aportes al Estado (a través de impuestos o del traslado que harán las empresas de su incremento tributario a sus usuarios y clientes) se utilizarán para pagar remuneraciones, instalaciones, servicios, investigación y los demás ítemes que considera el costo de la educación superior.

Yo estoy dispuesto a financiarlo. A diferencia de muchos gastos en que incurre el Estado, con los que no estoy de acuerdo, cuando se trata de invertir en nuestro capital humano no puedo estar en desacuerdo. Estoy disponible para este esfuerzo colectivo porque tengo la expectativa que esta inversión tenga un retorno y un beneficio para todos. 

Para algunos, que tienen o tendrán hijos e hijas cursando estudios en la educación superior, el beneficio será inmediato al disminuir sus egresos mensuales. Bien por ellos. Para los demás (la gran mayoría), el beneficio será proyectarse en un país con un capital humano formado.

Entonces usted y yo estaremos de acuerdo en que lo más importante no es la decisión de la inversión sino el impacto que este esfuerzo tendrá en nuestro futuro colectivo. Por eso estoy convencido que no se puede separar la decisión del financiamiento del aseguramiento de una educación de calidad para nuestros futuros profesionales. Sin garantizar calidad, lo que tendremos será un gasto y no una inversión.

Lamentablemente los profesionales que están egresando de nuestras universidades no cuentan con todas las competencias ni conocimientos necesarios para desenvolverse exitosamente en el mundo laboral. La gran mayoría demora más tiempo que el definido para titularse y deben pasar muchos años de su formación de pregrado asistiendo a cursos cuya pertinencia y valor no siempre está justificado.

Una educación superior de calidad implica contar con profesionales que agreguen valor a nuestra economía, que inyecten emprendimiento y participen en la creación de nuevas industrias que nos permitan desarrollar oportunidades basadas en el capital humano y no en nuestra materia prima. Muchos de nuestros profesionales solo son preparados para insertarse en rutinas productivas ya establecidas y que no generan nuevas oportunidades de desarrollo para ellos ni para la comunidad.

Chile requiere profesionales con habilidades blandas, capaces de colaborar interdisciplinariamente, vincularse con diversas culturas, disponibles a seguir aprendiendo permanentemente y abiertos a reinventarse varias veces durante su vida laboral.

Los profesionales que todos ayudaremos a formar deben contar con una experiencia de formación que considere el desarrollo de una ética que nos permita evitar abusos, monopolios o acciones que pongan en peligro nuestro medio ambiente. ¿Están preparadas nuestras universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica para entregar una educación superior de calidad? Me temo que esto es una tarea y un desafío pendiente. Pero es el principal desafío. De otra manera, la gratuidad en la educación superior resolverá un problema para incrementar otro: una masa de profesionales sin oportunidades.

Artículo publicado en El Quinto Poder.

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