Vamos a decir que no (¿o mejor no?)

Me gustó “NO, la película”. Logró hacerme viajar en el tiempo y conectarme con los sonidos, colores, imágenes, personajes, mensajes y el ambiente que vivimos hace veinticuatro años atrás. Reconocí y volví a admirar a varios personajes del pasado y también me volvió a dar rabia con otros que siguen vigentes o reencarnados en el presente, en sujetos similares. Sentí cierta nostalgia de una época que, aunque dura, nos convirtió a todos en protagonistas de la historia. Me volvió a producir temor la incertidumbre, el abuso de poder y me molesté con interpretaciones o simplificaciones de un momento, que considero épico y tremendamente complejo en nuestra historia patria.

Pero con lo que más me conecté, fue con la relación que se genera a través de toda la película entre los personajes interpretados por Gael García y Alfredo Castro (René Saavedra y Luis Guzmán en la película). A mi entender, la complicidad implícita (y muy explícita al final de la cinta) de ambos sujetos, representa rasgos socialmente reconocibles de nuestra identidad nacional.

Ambos son hombres de principio, mientras estos les resulten cómodos. Los dos se sostienen en personalidades fuertes y determinantes, hasta que el pragmatismo indica otra cosa. Ambos se reconocen como adversarios y compiten por superarse mutuamente, pero están disponibles a negociar y transar para disminuir el riesgo de la eventual pérdida como fruto de la competencia.

Son la representación de nuestro “aplicado pragmatismo criollo”. Corresponden a la vocación (o debilidad) que muchos de nosotros tenemos por buscar y generar mejores oportunidades y contextos de desarrollo para cada uno de los habitantes del país. Pero también representan nuestro rechazo individual y colectivo, a perder privilegios o poner en riesgo nuestra propia seguridad y zona de confort.

Saavedra y Guzmán con sus amenazas y resignaciones mutuas, son buenos ejemplos de “la democracia en la medida de lo posible”, “la política de los consensos y el acuerdo” y de cada eufemismo que usamos para justificar modificaciones parciales e insuficientes a estructuras injustas y abusivas, evitando a toda costa comprometernos en situaciones que pongan en riesgo nuestra seguridad económica, cultural o social.

Ejemplos hay muchos. Todos estamos de acuerdo con la construcción de más y mejores recintos penitenciarios, pero nadie quiere uno cerca de su casa. La mayoría apoyamos el desarrollo de una educación pública, pero cada vez son menos las familias que optan por la educación municipal para sus hijos.

¿Somos así los chilenos? Una película de ficción (basada ciertamente en un hecho real de nuestra historia), no puede ser fuente suficiente para sacar conclusiones sobre nuestros rasgos y personalidades colectivas.

Pero, al menos por mi parte, sigo reconociendo en muchos personajes públicos, privados y en mí mismo, el pragmatismo de Saavedra y Guzmán que determina muchas opciones y decisiones colectivas y privadas.

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